lunes, diciembre 12, 2016

El obispo de Puebla y cuando el culto a la guadalupana estuvo a punto de desaparecer

Héctor Aguilar Camín en su columna Día con día, de Milenio, narra que durante la República Restaurada, entre los años de 1867 y 1877, el culto guadalupano estuvo a punto de desaparecer en México.
La crisis del culto está unida a la desgracia política del obispo de Puebla, Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos, infatigable promotor de la Guadalupana, junto con el papa Pío Nono, creador de los cultos marianos en la oleada conservadora que siguió a la revolución de 1848.
La virgen de Lourdes puso el ejemplo a seguir para el culto mariano con su oportuna aparición en 1858. 


El meollo del asunto

Labastida y Dávalos emprendió en México la cruzada del engrandecimiento de la Guadalupana de aquellos años, pero cometió el error político de aceptar la regencia del imperio de Maximiliano de Habsburgo. Renunció al puesto unos meses después, cuando fue claro para él que el emperador austriaco no devolvería a la Iglesia católica los bienes eclesiásticos expropiados por las leyes liberales de 1857.
Labastida y Dávalos quedó unido, no obstante, a la suerte del imperio. Cayó en desgracia en 1867, junto con el propio Maximiliano, y partió al exilio a Roma, dejando a su virgen desamparada, en tierra de triunfantes jacobinos. 
La virgen del Tepeyac la pasó mal, igual que toda la Iglesia católica, maltratada por los liberales. El culto guadalupano se adelgazó angustiosamente, al punto de diluirse y desaparecer.
Aquí la columna

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